
Amanecía, con el sol asomando entre brumas tras los altos chopos del soto. Acompañó a su mascota en el paseo matutino por el jardín de la casa, con el frío amoldándose todavía al rostro. Tras su tiempo de rigor, volvieron a la casa. Solazado el perro, desayunados y solos en la estancia, organizaría la jornada plasmando en un papel las tareas del día.
No eran pocas, aunque las largas horas de día, ya crecientes, harían que se multiplicaran. Todo el tiempo de luz sería insuficiente, pues, aunque completadas las previstas, siempre surgirán otras que, encadenadas a aquellas, las completarían, y harían de ellas objetivos mas amplios y satisfactorios. Tareas creativas y delicadas, que acompañarían su soledad y conseguirían que al día siguiente, siguiese la ilusión por esa tarea bien hecha.
Viernes de pandemia, autoconfinamiento y sol, ya casi primaveral. Con su luz tamizada todavía a estas horas, el día auguraba una jornada de jardín, campo y exterior, cálido y luminoso. Aunque con tanta tarea, el final del día, no fuera exactamente así.
La vacunación anunciada vaticinaba el fin de este universo, equilibrado, solitario y sutil. Etapa pendiente, sobre cuyo ocaso no podía dejar de plantearse interrogantes.
Agata Piernas
26/2/2021