Después de levantarnos y sacar a los perretes, desayunamos opíparamente, tal como veníamos haciendo los días anteriores. Todos juntos y tras una animada charla entorno a la mesa, nos dirigimos a nuestras habitaciones para acabar de hacer nuestros equipajes, pues hoy era el día de vuelta.
Con la pena que dan las despedidas, casi en silencio debido a que había llegado el momento de partir, introdujimos nuestras pertenencias en las maletas, y nos dispusimos a abandonar Alkiza.
Algunos tenían más prisa por llegar a sus respectivos lugares de origen, fueron los que antes salieron. Los demás, nos quedamos hablando para comentar nuestros respectivos planes haciendo de la despedida, casi un reencuentro. Todos los que estuvimos en la Casa Lete, firmamos una nota cariñosa de agradecimiento, perruno y humano, en el libro de visitas que a tal efecto, y situado en un atril al pie de la escalera, esperaba la ocasión. Luego, con promesas de vernos de nuevo e invitaciones varias a visitar las localidades de origen más lejanas, como Zaragoza o Barcelona, partimos cada uno a realizar su su personal programa.
La que escribe, se dirigía a la localidad de Guetaría, que quedó pendiente el día anterior, pasa visitar el internacionalmente conocido Balenciaga Museoa.
La localidad de Guetaria, es un pequeño pueblo pesquero, muy cercano a Zarauz. Coqueto, acogedor y que se caracteriza por el ratón. No el mamífero que todos conocemos, sino una porción de tierra, con esa forma, que se adentra en el mar y que da nombre al pueblo. Pero lo que se iba a ver allí, nada tenía que ver con las características descritas, ni con otro de sus monumentos emblemáticos y también conocidos.
Lo que fuimos a ver allí, era algo distinto. Un imponente edificio de acero y cristal, que encajando perfectamente en el entorno, está situado a la entrada del pueblo viniendo desde Zarauz, y que en su interior alberga, no sólo la historia personal del genial diseñador de alta costura, Cristóbal Balenciaga, sino también su historia artística, representada por sus creaciones, emblemáticas y de encargo, que confieren al lugar un halo de santuario, que impresiona nada más pòner el pie en él. Nuestra intención era hacer la visita guiada, pues siempre se puede aprender más de lo que se sabe, pero a la hora de nuestra llegada, el guía de turno sólo iba a hablar en Euskera.
El»arquitecto de la moda» como es conocido en este ámbito, fue ese genial diseñador, cuyas creaciones siempre aspiraríamos a tener en nuestro vestidor. ¡Al menos alguna de ellas! Líneas impecables, volúmenes en sus prendas que hacen muy fácil y cómodo vestirlas, estampados cuidados y refinados, trajes actuales a pesar de tener varios años desde que fueron creados, vestidos de noche de ensueño y elegantísimos, abrigos sencillos y originales, y otros más elaborados…
Un sinfín de creaciones que nos dejaron boquiabierta y que forman parte de exposición temporal que en la planta segunda se albergaba, con modelos pertenecientes a la aristócrata norteamericana Rachel L. Mellon, quién póstumamente cedió sus «joyas», bajo el auspicio de Herbert de Givenchy, al Balenciaga Museoa. Desde ropa de día, para vestir en sus ocupaciones habituales, hasta vestidos cóctel, de fiesta, en resumen, toda la indumentaria que esta mujer insigne, vistió durante los doce años que fue clienta, y amiga personal del diseñador, hasta su retirada del mundo de la moda en 1968.
Después, con la sonrisa en la cara, y el gusto agridulce que nos deja haber vivido unos días de auténtica desconexión y agradable conviviencia, que sabemos que en ese preciso instante se acaban, nos montamos, mi perra y yo en el coche, para emprender el camino de regreso a Madrid.
Excelentes carreteras, algunas de ellas de pago, hicieron que aunque el clima no nos fuese favorable al abandonar el País Vasco, pronto, a la entrada en Castilla Y León, nos pudiésemos «secar» con el sol radiante que presidía el cielo de la meseta y parar a tomar un refrigerio, en un primer tramo del trayecto muy llevadero.
Después, en tierra burgalesas, pararíamos otra vez, para estirar piernas y patas, y visitar el baño de la correspondiente área de servicio, ya que nuestra fisiología y las Coca-colas que nos habíamos bebido, así lo reclamaban. Luego, continuando ruta, algo monótona al viajar sola y sin conversación, sólo escuchando el eco de nuestros pensamientos, nos dimos cuenta que estábamos en las inmediaciones de Madrid, por las retenciones de tráfico que nos encontramos, que sin motivo aparente, ralentizaban el tráfico.
A la llegada a casa, mensajes en el grupo de WhatsApp del viaje a Guipúzcoa, para informar a los otros que ya estábamos sanas y salvas. Cosa que voluntariamente también hicieron los otros miembros del grupo, en un final de viaje, muy cordial y entrañable.
Aquí nos esperaban nuestras obligaciones, entre ellas estas crónicas, que ponen fin a unos excelentes días de convivencia humana y perruna, que esperemos se repitan. En Cádiz la próxima, si no antes.
Con cariño,
Ágata Piernas
30/07/2017