VIAJAMOS A GUIPÚZCOA.-DÍA 3.- DÍA LIBRE.-VALLE DE LEIZARÁN.-

VALLE DE LEIZARÁN-RUTA O TÚNEL VERDE.-

En la localidad guipuzcoana de Andoain, se encuentra el parque natural de Leizarán. Comenzando desde la misma localidad, y después de atravesar túneles socavados en la tierra, se desemboca en el parking de Otita, desde donde iniciamos nuestra ruta camino arriba, al igual que otro sinfín de transeúntes y bicis. Una peculiaridad. Aunque mucha de la gente que transitaba por el conocido como «ruta o túnel verde», iba con su perro o perros (recuerdo un grupo de personas con unos cuantos perros de Alaskan Malamute), nuestra característica esencial era que nosotros, un grupo aproximado de quince personas que caminaban juntas (o casi), iban todas con su perro (¡algunos incluso llevaban dos!), lo cual no dejó de llamar la atención a todo aquel con el que nos cruzábamos en nuestro recorrido, dada la mezcolanza de razas, tamaños y caracteres. Sobre todo a los ciclistas, quienes nos sorteaban haciendo malabarismos, para evitar caer en su camino de descenso hacia el punto de origen. No obstante y dado el caríz del grupo, el que iba en cabeza o quién lo avistaba primero, siempre gritaba:¡Bici! Ya fuera en sentido ascendente o descendente, para que cada propietario puediese tomar las medidas oportunas, evitando que su can fuese atropellado y el ciclista resultase con sus huesos en el suelo, y obviar hacer frente a la consiguiente responsabilidad civil derivada de tal imprudencia.

La ruta, llegaba a tener la longitud que quisiéramos darle, pues se extendía desde Andoaín hasta otras localidades menores, algunas de las cuales distaban unos 50Km del punto de partida. Y en consecuencia, cada uno adaptó sus piernas y la resistencia de su perro, a conveniencia. Así, unos hicimos sólo siete kilómetros ida y otros tantos de vuelta, parando en una fuente natural, que se encontraba a esa distancia, a reponer fuerzas y tomar resuello. Otros continuaron un kilometro más arriba para regresar donde estábamos para, a la sombra y frescor de la fuente , tomar el almuerzo que llevábamos preparado. Otros continuaron hasta los diez kilómetros, para regresar al Área de Recreo del Parque a comer, y otros los más preparados, continuaron hasta el objetivo que se marcaron, llegar a la localidad más próxima, regresando los últimos y no agrupándose con el resto más que a última hora, cuando algunos ya se habían ido y otros esperaban relajados a la orilla del río, mientras sus peludos se bañaban, y observaban a lo lejos el puente de piedra con arcos ancestrales.

El grupo se desmembró, sí. Pero nadie desaprovechó nuestra visita a la tierra de Guipúzcoa. La que suscribe, aprovechó para escribir esta serie de crónicas del viaje. Otros, descubrieron una playa a la que se podía ir con chucho. Los rezagados comieron a la hora de la merienda. Y los más hambrientos, después del tentempié del almuerzo, se fueron a cenar, besugo pensaban, al cercano pueblo de Oria. Y digo pensaban, porque los precios astronómicos de un pez de esas características en esta época del años y hecho a la parrilla, escapaba a las pretensiones de los comensales, con lo que cada uno optó por llenar su panza con otras viandas, más asequibles y menos, seguro, jugosas. En otra ocasión será.

El chocolate propio de esa villa, no lo cataron y llegaron tarde a la Casa, debido a que la sobremesa se alargó con anécdotas y comentarios que integraron una amena conversación que hizo que se les fuese el santo al cielo.

Alguno también llegó pronto al pueblo de Alkiza y aprovechó la luz del día para dar largos paseos por el campo con su perrete, que a duras penas aguantó el tirón, pero que durmió plácidamente a espera de la aventura que nos esperaría al día siguiente.

Otros, vimos el atardecer-anochecer, desde el mirador del pueblo, espectáculo increíble para los sentidos, por el contraste de colores y formas que se perfilan con el cambio de luz y los sonidos de la naturaleza que acompañan al ocaso, hasta quedar todo prácticamente sumido en la oscuridad de la noche. De vuelta a la Casa, nos esperaba una cómoda cama con manta y colcha, que nos sirvieron para protegernos del frescor de la noche, en la cual, la lluvia apareció con fuerza, amenazando con perturbar nuestros planes del día siguiente.

No fue así, pero eso os lo contaremos en crónica aparte, en la siguiente entrega.

Con cariño,

Ágata Piernas

27/07/2017

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