VIAJAMOS A GUIPÚZCOA.-DÍA 5.-DESPEDIDA-GUETARIA-VUELTA A CASA.-

Después de levantarnos y sacar a los perretes, desayunamos opíparamente, tal como veníamos haciendo los días anteriores. Todos juntos y tras una animada charla entorno a la mesa, nos dirigimos a nuestras habitaciones para acabar de hacer nuestros equipajes, pues hoy era el día de vuelta.

Con la pena que dan las despedidas, casi en silencio debido a que había llegado el momento de partir, introdujimos nuestras pertenencias en las maletas, y nos dispusimos a abandonar Alkiza.

Algunos tenían más prisa por llegar a sus respectivos lugares de origen, fueron los que antes salieron. Los demás, nos quedamos hablando para comentar nuestros respectivos planes haciendo de la despedida, casi un reencuentro. Todos los que estuvimos en la Casa Lete, firmamos una nota cariñosa de agradecimiento, perruno y humano, en el libro de visitas que a tal efecto, y situado en un atril al pie de la escalera, esperaba la ocasión. Luego, con promesas de vernos de nuevo e invitaciones varias a visitar las localidades de origen más lejanas, como Zaragoza o Barcelona, partimos cada uno a realizar su  su personal programa.

La que escribe, se dirigía a la localidad de Guetaría, que quedó pendiente el día anterior, pasa visitar el internacionalmente conocido Balenciaga Museoa.

La localidad de Guetaria, es un pequeño pueblo pesquero, muy cercano a Zarauz. Coqueto, acogedor y que se caracteriza por el ratón. No el mamífero que todos conocemos, sino una porción de tierra, con esa forma, que se adentra en el mar y que da nombre al pueblo. Pero lo que se iba a ver allí, nada tenía que ver con las características descritas, ni con otro de sus monumentos emblemáticos y también conocidos.

Lo que fuimos a ver allí, era algo distinto. Un imponente edificio de acero y cristal, que encajando perfectamente en el entorno, está situado a la entrada del pueblo viniendo desde Zarauz, y que en su interior alberga, no sólo la historia personal del genial diseñador de alta costura, Cristóbal Balenciaga, sino también su historia artística, representada por sus creaciones, emblemáticas y de encargo, que confieren al lugar un halo de santuario, que impresiona nada más pòner el pie en él. Nuestra intención era hacer la visita guiada, pues siempre se puede aprender más de lo que se sabe, pero a la hora de nuestra llegada,  el guía de turno sólo iba a hablar en Euskera.

El»arquitecto de la moda» como es conocido en este ámbito, fue ese genial diseñador, cuyas creaciones siempre aspiraríamos a tener en nuestro vestidor. ¡Al menos alguna de ellas! Líneas impecables, volúmenes en sus prendas que hacen muy fácil y cómodo vestirlas, estampados cuidados y refinados, trajes actuales a pesar de tener varios años desde que fueron creados, vestidos de noche de ensueño y elegantísimos, abrigos sencillos y originales, y otros más elaborados…

Un sinfín de creaciones que nos dejaron boquiabierta y que forman parte de exposición temporal que en la planta segunda se albergaba, con modelos pertenecientes a la aristócrata norteamericana Rachel L. Mellon, quién póstumamente cedió sus «joyas», bajo el auspicio de Herbert de Givenchy, al Balenciaga  Museoa. Desde ropa de día, para vestir en sus ocupaciones habituales, hasta vestidos cóctel, de fiesta, en resumen, toda la indumentaria que esta mujer insigne, vistió durante los doce años que fue clienta, y amiga personal del diseñador, hasta su retirada del mundo de la moda en 1968.

Después, con la sonrisa en la cara, y el gusto agridulce que nos deja haber vivido unos días de auténtica desconexión y agradable conviviencia, que sabemos que en ese preciso instante se acaban, nos montamos, mi perra y yo en el coche, para emprender el camino de regreso a Madrid.

Excelentes carreteras, algunas de ellas de pago, hicieron que aunque el clima no nos fuese favorable al abandonar el País Vasco, pronto, a la entrada en Castilla Y León, nos pudiésemos «secar» con el sol radiante que presidía el cielo de la meseta y parar a tomar un refrigerio, en un primer tramo del trayecto muy llevadero.

Después, en tierra burgalesas, pararíamos otra vez, para estirar piernas y patas, y visitar el baño de la correspondiente área de servicio, ya que nuestra fisiología  y las Coca-colas que nos habíamos bebido, así lo reclamaban. Luego, continuando ruta, algo monótona al viajar sola y sin conversación, sólo escuchando el eco de nuestros pensamientos, nos dimos cuenta que estábamos en las inmediaciones de Madrid, por las retenciones de tráfico que nos encontramos, que sin motivo aparente, ralentizaban el tráfico.

A la llegada a casa, mensajes en el grupo de WhatsApp del viaje a Guipúzcoa, para informar a los otros que ya estábamos sanas y salvas. Cosa que voluntariamente también hicieron los otros miembros del grupo, en un final de viaje, muy cordial y entrañable.

Aquí nos esperaban nuestras obligaciones, entre ellas estas crónicas, que ponen fin a unos excelentes días de convivencia humana y perruna, que esperemos se repitan. En Cádiz la próxima, si no antes.

Con cariño,

Ágata Piernas

30/07/2017

 

VIAJAMOS A GUIPÚZCOA.-DÍA 3.- DÍA LIBRE.-VALLE DE LEIZARÁN.-

VALLE DE LEIZARÁN-RUTA O TÚNEL VERDE.-

En la localidad guipuzcoana de Andoain, se encuentra el parque natural de Leizarán. Comenzando desde la misma localidad, y después de atravesar túneles socavados en la tierra, se desemboca en el parking de Otita, desde donde iniciamos nuestra ruta camino arriba, al igual que otro sinfín de transeúntes y bicis. Una peculiaridad. Aunque mucha de la gente que transitaba por el conocido como «ruta o túnel verde», iba con su perro o perros (recuerdo un grupo de personas con unos cuantos perros de Alaskan Malamute), nuestra característica esencial era que nosotros, un grupo aproximado de quince personas que caminaban juntas (o casi), iban todas con su perro (¡algunos incluso llevaban dos!), lo cual no dejó de llamar la atención a todo aquel con el que nos cruzábamos en nuestro recorrido, dada la mezcolanza de razas, tamaños y caracteres. Sobre todo a los ciclistas, quienes nos sorteaban haciendo malabarismos, para evitar caer en su camino de descenso hacia el punto de origen. No obstante y dado el caríz del grupo, el que iba en cabeza o quién lo avistaba primero, siempre gritaba:¡Bici! Ya fuera en sentido ascendente o descendente, para que cada propietario puediese tomar las medidas oportunas, evitando que su can fuese atropellado y el ciclista resultase con sus huesos en el suelo, y obviar hacer frente a la consiguiente responsabilidad civil derivada de tal imprudencia.

La ruta, llegaba a tener la longitud que quisiéramos darle, pues se extendía desde Andoaín hasta otras localidades menores, algunas de las cuales distaban unos 50Km del punto de partida. Y en consecuencia, cada uno adaptó sus piernas y la resistencia de su perro, a conveniencia. Así, unos hicimos sólo siete kilómetros ida y otros tantos de vuelta, parando en una fuente natural, que se encontraba a esa distancia, a reponer fuerzas y tomar resuello. Otros continuaron un kilometro más arriba para regresar donde estábamos para, a la sombra y frescor de la fuente , tomar el almuerzo que llevábamos preparado. Otros continuaron hasta los diez kilómetros, para regresar al Área de Recreo del Parque a comer, y otros los más preparados, continuaron hasta el objetivo que se marcaron, llegar a la localidad más próxima, regresando los últimos y no agrupándose con el resto más que a última hora, cuando algunos ya se habían ido y otros esperaban relajados a la orilla del río, mientras sus peludos se bañaban, y observaban a lo lejos el puente de piedra con arcos ancestrales.

El grupo se desmembró, sí. Pero nadie desaprovechó nuestra visita a la tierra de Guipúzcoa. La que suscribe, aprovechó para escribir esta serie de crónicas del viaje. Otros, descubrieron una playa a la que se podía ir con chucho. Los rezagados comieron a la hora de la merienda. Y los más hambrientos, después del tentempié del almuerzo, se fueron a cenar, besugo pensaban, al cercano pueblo de Oria. Y digo pensaban, porque los precios astronómicos de un pez de esas características en esta época del años y hecho a la parrilla, escapaba a las pretensiones de los comensales, con lo que cada uno optó por llenar su panza con otras viandas, más asequibles y menos, seguro, jugosas. En otra ocasión será.

El chocolate propio de esa villa, no lo cataron y llegaron tarde a la Casa, debido a que la sobremesa se alargó con anécdotas y comentarios que integraron una amena conversación que hizo que se les fuese el santo al cielo.

Alguno también llegó pronto al pueblo de Alkiza y aprovechó la luz del día para dar largos paseos por el campo con su perrete, que a duras penas aguantó el tirón, pero que durmió plácidamente a espera de la aventura que nos esperaría al día siguiente.

Otros, vimos el atardecer-anochecer, desde el mirador del pueblo, espectáculo increíble para los sentidos, por el contraste de colores y formas que se perfilan con el cambio de luz y los sonidos de la naturaleza que acompañan al ocaso, hasta quedar todo prácticamente sumido en la oscuridad de la noche. De vuelta a la Casa, nos esperaba una cómoda cama con manta y colcha, que nos sirvieron para protegernos del frescor de la noche, en la cual, la lluvia apareció con fuerza, amenazando con perturbar nuestros planes del día siguiente.

No fue así, pero eso os lo contaremos en crónica aparte, en la siguiente entrega.

Con cariño,

Ágata Piernas

27/07/2017

VIAJAMOS A GUIPÚZCOA.- DÍA 2.- ZUMAIA Y MUTRIKU.-

MUTRIKU.-

La cita era a las 16h en la Plaza del Ayuntamiento de Mutriku. Allí estábamos todos puntualmente, perretes con sus amos, cuando apareció nuestra guía. Nos iba a hacer callejear  y explicarnos las peculiaridades de este bonito pueblo costero vasco.

Tiene su carta puebla o fuero que data del año 1200, aunque fuese confirmada en 1209. Esto nos indica que ya en aquellos tiempos de la Baja Edad Media, este pueblo existía como núcleo de población y además gozaba de normas jurídicas que regulaban el comportamiento entre su habitantes, con las demás poblaciones y  con el Reino.

La primera peculiaridad que nos hace notar nuestra guía, a cuyas explicaciones atentamente escuchamos todos, perretes y humanos, es que en el escudo de la localidad que está en la fachada del Ayuntamiento, se aprecia una escena de pesca. No es de extrañar, siendo un pueblo costero. Pero lo que nos contó después, en el porche de la Cofradía de pescadores, nos dejó a todos boquiabiertos. Esa inocente escena de pesca, tallada en la piedra del escudo de la localidad, esconde todo un trasfondo de lucha de sus habitantes con los seres que habitan el mar, en concreto la ballena franca septentrional (que a fecha de hoy se halla extinguida) y su vinculación con este cetáceo en el Cantábrico y en el Mar del Norte, en las costas de Canadá.

Mutriku, es el único pueblo perteneciente al Geoparque ( Zumaia-Deba- Mutriku) que tiene tradición, y muy arraigada, de pescadores. Su puerto ha sido importante a este nivel, y es el «puerto refugio» más importante del País Vasco, cuya denominación recibe porque se halla protegido a base de diques, tres en concreto. Cuenta su puerto también con una central hundimotriz, que procesa la energía que producen las olas. Sólo hay tres en Europa. La de Mutriku es una de ellas, y aunque son prototipos, la energía eléctrica que producen, se vende a la localidad.

Pero sigamos con la ballenas, que son los mamíferos que identifican a los pescadores de esta villa. De ellas, no sólo habla la talla en piedra del escudo de Mutriku, sino también la Carta Puebla, que a modo de Fuero, tiene Mutriku desde el siglo XIII. Es la característica común de los pueblos costeros de esta zona de Gupúzcoa, es con lo que pagan los vasallos a las arcas del Reino, a modo de tributo.

Era en esta época y hasta el 14 de Mayo de 1901 que se pesca la última ballena, el motor de la economía de esta zona. De ella se aprovecha todo, desde sus barbas, pasando por la carne y la grasa, así como sus huesos, todo. Algunos han llegado a denominarla el «cerdo del mar», por su similitud en aprovechamiento con el mamífero terrestre. Con la diferencia que cada ejemplar de ballena, pesa nada menos que 40TM.

Toda una aventura pescar ballenas. Se jugaban la vida los pescadores vascos. Pero así debía ser, ya que además del primer elemento de subsistencia, también era un importante elemento de comercio.

Desde las atalayas situadas en puntos estratégico en el monte, las ballenas son avistadas. Los compañeros de tierra, son avisados mediante señales que sólo ellos conocen, para que nadie más se haga con la presa, y salen al mar a buscarlas en chalupas balleneras con 6 a 8 pescadores a bordo, más el arponero. Con bravura, consiguen matarla y desde el barco, la arrastran a puerto y la despiezan. Separan la carne de la grasa, y tras licuar la grasa y abastecerse, comercian con el resto.

Aunque el sistema de pesca es el tradicional, cada vez hay mejores barcos para transportar a los pescadores y, así, en ell siglo XIV los vascos pescadores de ballenas, faenan por toda Europa. En el siglo XV, se descubre América. Y así se abren nuevos centros comerciales. Todo ello, hace que se siga a las ballenas en todo su ciclo vital, tanto en verano como en invierno, vinculándose estrechamente con Canadá,a cuyas costas llegaban cada verano, entre cinco mil y siete mil pescadores vascos. Luego más adelante, con el cambio de Rey y debido a razones de escasez del cetáceo, dejan de pescar allí, pero sí en verano en el Atlántico Norte, dónde en países como Suecia ha existido, hasta hace poco, legislación que regulaba la vida de sus habitantes con los pescadores vascos.

Nos llama también la atención, la arquitectura de los edificios de Mutriku. De estilo barroco vasco, aunque bastante sobrios, resaltan los alerones y cornisas, en madera, mucha de ella con tallas y adornos. Son casas pertenecientes a las grandes fortunas, con sus respectivos escudos en las fachadas, incluso palacios, que consiguieron salvarse del incendió que destruyó Mutriku, como su casa torre, cercana al puerto.

La suelta de vaquillas, tradicional en la fiesta de Mutriku, hizo que nuestro callejeo, se interrumpiese. Nuestros perretes, nos lo agradecieron, pues así evitaron sobresaltos y ladridos.

Con cariño,

Ágata Piernas

Madrid 27/07/2017

VIAJAMOS A GUIPUZCOA.-DÍA 1º-LLEGADA

Esta vez, no se trataba de una ruta de senderismo por la sierra madrileña, sino de algo mucho mejor: viaje de cinco días a Guipúzcoa con nuestros amigos perrunos.

El destino y dónde fijamos nuestro centro de operaciones es la pequeña, pero preciosa, localidad de Alkiza cuyas vistas desde el mirador son tan impresionantes como se observa en la fotografía, tomada a una hora temprana en la mañana de hoy.

Aquí nos reunimos un grupo de personas, cada uno con un perro ( o dos), para iniciar nuestras vacaciones. La casa rural Lete, antigüo caserón vasco, nos ha acogido a todos, gustosamente y la verdad es que hasta ahora, nuestros amigos peludos, se están portando. Tras la sorpresa inicial de los lugareños, al ver tanto humano y perro junto, han empezado a interesarse por sus razas, nombres y comportamiento, a lo que nosotros, sus amos, respondemos gustosamente.

Los lugares de procedencia, variados. La mayoría venimos desde Madrid, pero hay amigos que vienen desde Segovia, Zaragoza o Barcelona, para formar esta pandilla perruna que tanto da que hablar, y todo bueno, a su paso. La llegada, escalonada, y la cena en la taberna del pueblo, muy cordial, disfrutando todos de unas viandas de excelente calidad y muy bien cocinadas a un módico precio.

El viaje, ha sido cómodo pues las carreteras son excelentes ,aunque algo más largo de lo habitual. Tras las obligadas pausas para estirar piernas y patas y desocupar vejigas, hemos llegado a Alkiza, tras aproximadamente cinco horas de trayecto. Los últimos cinco kilómetros, los más bonitos, pues además de la cercanía del objetivo del viaje, la ascensión hasta la pedanía, ha sido como traspasar un túnel verde, dada la intensa y frondosa vegetación que bordeaba la carretera que lleva al pueblo.

El alojamiento, muy acogedor y armónico con el entorno, ya que su estilo rústico encaja perfectamente con la finalidad a la que se le ha destinado: hospedaje y desayuno en un entorno rural.

Nos llama la atención, la calidad de sus maderas en escaleras, suelos y muebles, todos ellos de estilo antigüo y rústico,  los detalles en la decoración, con tapetes de ganchillo hecho a mano en las mesillas de noche, toallas bordadas en el baño y cortinillas en la pequeñas ventanas, simulando encaje de bolillo. Las colchas de las camas, blancas en suave contraste con la madera del armazón, hacen la estancia muy acogedora. Las zonas comunes, con cómodos sillones orejeros para ver la televisión o leer, y la gran mesa de comedor que todo el grupo compartimos a la hora del desayuno en el salón de la planta baja, hacen que la conviviencia, sea además de intensa, fácil.

No le faltan a la casona, notas de modernidad, como la posibilidad de conectarse a internet mediante wifi.

La primera noche aquí, y a pesar de los olores a campo y animales, que se cuelan por doquier, ha sido tranquila, La novedad para los perretes de compartir habitación, no ha sido un obstáculo para que su sueño, haya resultado reparador del cansancio del viaje y también tranquilo.

Al desayuno, no le faltó detalle. Desde la vajilla Bidasoa, hasta las viandas, recién preparadas y caseras. Té, café, leche de caserío o de brick a elegir, bollería y pan tostado, zumos y mantequilla y mermelada, hicieron de la primera comida de la mañana, todo un banquete. Necesitaríamos las fuerzas para sobrellevar adecuadamente lo que la organización nos tenía reservado para pasar el día, pero eso queda para el siguiente capítulo de esta serie de crónicas sobre el viaje de Trips&dogs a Guipúzcoa.

Con cariño,

Ágata Piernas

22/07/2017