SIN FLORES

¡Me merezco un ramo de flores! Gritaba Alejandra con lágrimas en los ojos a su mejor amiga¡ Eso es lo que me merezco!, decía entre sollozos entrecortados mientras intentaba explicar lo que le había pasado en su última cita con Daniel.

Lucía no sabía que había sucedido. Su amiga no había conseguido hacer un relato coherente todavía de su última noche con ese Daniel que, por otra parte, a ella siempre le había parecido un personaje de cuidado, al que tratar con cierta distancia y respeto. No apto para cualquier mortal.

Si bien el primer contacto entre Lucía y Alejandra había sido telefónico, aquella misma tarde, después de comer, tomarían un café en el lugar de siempre para ya, con una dosis menor de excitación y preocupación, poder hablar tranquilamente de lo sucedido. Era necesario tomarse algo de tiempo para serenarse y poder hacer un relato lo más objetivo posible. Lo que parecía estar claro era que las noche anterior era la última que Alejandra y Daniel se vieron. Aquello, o bien suponía un punto de inflexión en este galimatías de relación, o bien era una ruptura definitiva, pensó Lucía, pero no quiso aventurar epitafio para Daniel, sin haber hablado antes con su amiga.

La relación de amistad entre ambas, venía de muy atrás, casi desde niñas. Y tan casí. El destino quiso que una mudanza de los padres de Lucía al barrio donde Alejandra vivía desde que nació, les uniera en una amistad que teniendo como punto de partida su primera comunión, estaba siendo muy duradera. Ambás habían superado ya la veintena y la amistad estaba en uno de sus mejores momentos.

La comida pasó, también la sobremesa familiar, que aunque breve, tuvo lugar, y por fin llegó la hora del café.

Ambás se desplazaron hacía el café dónde tantas veces habían compartido confidencias y sentadas en la mesa más apartada, Lucía inquisitiva y Alejandra triste, comenzaron a hablar.

Después de ponerse en antecedentes, entraron al meollo de la situación.

Y el meollo de la situación no era otro que el comportamiento que Daniel había tenido con Alejandra. Para ella, lo peor. Para Lucía había que matizar. Tal vez las expectativas de Alejandra para con Daniel, le habían hecho defraudarse y lamentarse por todo lo que en su día,y hasta ese mismo momento, le había dado a Daniel, y no había puesto en valor. Y ella lo había hecho, sin medir, ni esperar nada a cambio.


Para tí

Pero Alejandra, a pesar de ser coherente en su exposición, en estos momentos de ofuscación, no veía más allá.

Ella quería, anhelaba, ansiaba, un reconocimiento a su buen hacer por parte de Daniel, más después de una noche de intimidad intensa y cómplice. Pero no sólo era eso. Su comportamiento para con él. Los mil y un detalles que se ponían de manifiesto en cada momento de su relación, parecían obligaciones para con él. Bien autoimpuestas o bien exigidas por él. Ella necesitaba sentirse respetada y valorada. Apreciada y amada. De él no lo estaba consiguiendo. Y aquello la defraudaba y le hacía sentir fatal.

Así lo veía Lucía después de todo lo que Alejandra le contó. Y como buena amiga que escucha y aconseja, le recomendó que se distanciase de él, pues con esa actitud ya consolidada por su parte, no iba a conseguir más que sufrir.

Las flores no llegaron. Ni ese día, ni el siguiente ni el de más allá. Ni lo harían jamás con un hombre como él y una relación como aquella.

A medida que pasaban los días, Alejandra iba superando poco a poco la situación. De unos primeros momentos de sufrimiento intenso y darse cuenta de lo tonta que había sido invirtiendo tiempo y esfuerzo en una persona que no merecía ni valoraba sus desvelos, fue pasando a una situación de aceptar lo que le había sucedido. Y a continuación, afrontar lo venidero.

Fueron semanas complicadas, pero al fin y a la postre enriquecedoras porque le habían hecho madurar como mujer y como persona. No sólo en su relación con los hombres, sino en la relación que mantenía consigo misma, aprendiendo a conocerse y comprenderse, para aceptarse.

Su relación con Lucía también había evolucionado y madurado. Ella siempre había estado allí, para escucharla, para apoyarla, para acompañarla. Sentía algo muy especial por ella. No sabía como agradecérselo. Pensó para ello en hacerle un regalo, ahora que ya caminaba de nuevo por sus medios. Y lo haría. Más adelante, cuando identificase exactamente el regalo adecuado para expresar todo el sentimiento que quería contener en él.

Ágata Piernas

17/3/2019




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