PASAMOS POR QUIJORNA.-
Con unas predicciones inmejorables, sin atisbo de nubes, pero con restos de las pasadas lluvias a modo de charcos, que alguno de nuestros peludos aprovechó para refrescarse, iniciamos una nueva ruta de senderismo perruno.
El nuevo guía, que nos aportó tranquilidad a lo largo de todo el trayecto, conocimientos históricos y explicaciones del entorno para comprender mejor la naturaleza, nos adentramos en la cañada segoviana, que se inicia a las afueras del pueblo de Quijorna, en Madrid, para, a lo largo de una ruta circular, volver al mismo punto, no sin antes visitar antigüos hornos de cal, trincheras y refugios, todos ellos vestigios de un pasado histórico, que aunque ya enterrado, aún nos causa rubor a pesar de que nuestro presente no se explique sin él.
Nuestra insustituible anfitriona, algunos conocidos y gente nueva también, cada uno con su respectivo perrete.
Todo pensado para el disfrute de todos, casi, casi, se consiguió. Lo del casi, dicho sea sin afán de desmerecer a nadie, lo explico luego.
No faltó el típico descanso para reponer fuerzas a la sombra de una milenaria encina, que a modo de tendejón nos arropó con su copa a la hora del almuerzo, pero que, al menos en un principio, tuvimos que compartir con las incomodas moscas que la habitaban, quienes ante la presencia y el ruido humano y canino, huyeron dejándonos en exclusiva la gran sombra, para goce y disfrute de todos los presentes, que acomodados en piedras, que parecían puestas para la ocasión a modo de sillas, dieron buena cuenta de sus provisiones y bebidas. El campo y la ley del más fuerte en la naturaleza, es lo que tiene.
Las rodillas exigentes, y había varias, sufrieron lo justo. No tanto en las subidas, muy asequibles y que con la ayuda de los bastones, fueron pan comido, pero sí en las bajadas, en las que a pesar de los apoyos, se iba repitiendo mentalmente las vicisitudes de la batalla de Brunete, ocurrida en aquellos parajes y que el guía nos había relatada hacía poco, para evitar pensar en el desnivel.
Buena compañía en fin y buen rollo también al final de la ruta, al llegar a Quijorna, donde el grupo en su integridad se aposentó en la terraza del bar para, en su mayoría, tomar refrescos azucarados con los que combatir las agujetas, que al menos en el caso de la que relata, brillaron por su ausencia.
No faltó la presencia del alcalde, de nombre Florentino, que se nos unió en amena charla para saludarnos, decirnos que volviéramos y también presentarnos su producto estrella: los garbanzos de Quijorna que iniciaban su andadura en la dura batalla de la comercialización, pero que a juicio de muchos, la vencerían al igual que la de Brunete, por sus excelentes características y exquisito paladar.
Hasta aquí todo perfecto, incluso la despedida, que nos dejó con regustillo tristón a pesar de besos y abrazos, debido a la incertidumbre de cuando se producirían nuevos encuentros, sino fuera por…
Si no fuera porque a la llegada a los respectivos hogares, fueron apareciendo, uno a uno, en el chat de la excursión, aparte de las fotos del evento, el número de huéspedes extra que cada uno de nuestros perretes traía consigo. ¿Qué huéspedes? Pues las inoportunas garrapatas, de las que este año y en cualquiera de los parajes de campo que visitemos, estamos sobraos. Tres!, limpio!, dos! Los antiparasitarios, este año tendrán que ser los mejores y si pueden ser a módico precio, mejor que mejor.
¡ Es lo que, además, tiene el campo en primavera!
En Madrid, a 17 de Mayo de 2017.