Desde hace algún tiempo, llegan a mí sin apenas buscarlo, y desde círculos de amistad, posibilidades de contacto con nuevas tendencias en el modo de vivir la espiritualidad, que yo creo, eso sí, es una faceta innata en la persona humana.
Ello me induce a reflexión y a la búsqueda del por qué personas con una educación católica, buscan alivio espiritual en corrientes de pensamiento, que son también modos de vida, para que el vivir el día a día de sus vidas tenga mayor plenitud.
Son personas con inquietudes, sin duda. O bien personas a cuya vida las circunstancias le han dado un vuelco, a veces doloroso y otras veces limitante, pero nunca agradable de vivir y que necesitan un plus para ayudarles a afrontarlas. Ya no hablo de los conocidos terapeutas, que como hongos proliferan en variadas disciplinas y que parecen portar el slogan de ponga un terapeuta en su vida, si quiere ser feliz. Hablo más bien de líderes que con un sinfín de seguidores, plantean nuevas formas de, llamémoslo, espiritualidad y a los que el boca a boca, va consiguiendo más y más adeptos.
De ellos se habla, no en secreto, pero si con cuidado, introduciéndolos en las conversaciones con delicadeza y buenas referencias y siempre con buenas intenciones. Con la finalidad de ayudar en el día a día de la persona a la que se le habla y de satisfacer la necesidad de hacer el bien de la persona que lo comenta.
Muchos de ellos, al menos de los que han llegado a mis oídos, han tenido terribles experiencias vitales, que han superado con éxito, y quieren transmitir sus viviencias y conocimiento a otra personas, aportando no sólo ya esto, sino toda una filosofía de espiritualidad, psicología y comportamiento. Cuentan con multitud de seguidores. Otros, son más de andar por casa, y pretenden los mismo, pero a pequeña escala, sólo entre familiares y amigos.
Todos ellos beben de las mismas fuentes, religiones, psicología, filosofía y proponen los mismos remedios: meditación, ayudar a las personas sin esperar nada a cambio, desapego y vivir cada instante intensamente. Dicho esto sin ánimo de ser exhaustivo.
Personalmente creo que la fe cristiana, en general, y la Iglesia en particular, está atravesando una enorme crisis y eso facilita que mucha gente, que sigue teniendo esa faceta espiritual, busque en otros lugares, otras religiones, otras respuestas a sus interrogantes. Mucha gente ha dejado de creer en los sacerdotes como representantes de Dios en la tierra y no se acercan a ellos buscando apoyo, consuelo o perdón. Hay también otras personas, que reconociendo abiertamente su fe católica, a la que no renuncian porque creen en la existencia de Dios tal como se lo enseñaron en el colegio y vivieron en sus casas, se acercan a estas corrientes como complemento a lo que no encuentran en la Iglesia o en la Iglesia tal como se percibe hoy en día, porque estas corrientes si les aportan fe y les ofrecen resultados. Otros, que tienen una opinión muy crítica respecto a la Iglesia, renuncian a sus postulados y acogen otras religiones sin más, porque les demuestran en el día a día que son más solventes para satisfacer sus necesidades.
Quizás todo esto no sea más que el resultado de la crisis de valores de la que todos hablan y que impera a sus anchas en nuestra sociedad. Quizás el regreso a la espiritualidad sea la salida a esta pérdida de humanidad.
Optemos por lo que optemos, hemos de ser valientes. La observación no hace mal. La implicación, tampoco. El fanatismo sin medida, si lo hace. Por lo tanto, propongo la moderación en todo lo que se refiere a estas nuevas formas de espiritualidad, y un sentido crítico siempre activo. El bienestar físico, mental y espiritual debe ser nuestro objetivo y nadie debería poder lastimarlo.
Ágata Piernas
5/2/2017