Imperturbable al paso de los años.
En su rincón del jardín, echando y tirando hojas, al ritmo de las estaciones.
Tal vez, aumentando el volumen del tronco y la copa, muy lentamente. Casi imperceptible.
Viendo pasar generaciones.
Ese es nuestro nogal.
El único frutal que sobrevivió a la gran tala.
Y aún, no me explico por qué. Dada su carencia de frutos a lo largo del tiempo.
O tal vez si…
De mano del abuelo Pedro, vino de retoño al jardín. Un recuerdo de su pueblo, dónde los nogales que dan nueces, abundan. De otra ribera, de otro suelo, de otro sol que hace secano el terreno y el ambiente. Tal vez, recuerdo de sus tiempos tiernos, de infancia, adolescencia y juventud. Años mozos, conquistas y matrimonio. Vuelta a León, dónde criar los hijos y hacer funcionar el negocio. Ganarse la vida. Para dar estudios. Para tener algo ahorrado a la vejez.
Se fue. Y dejó mucho más que eso. Música escuchada en casa a diario con él, en la juventud. Su punto de vista sensato y firme sobre los acontecimientos cotidianos. Su misa diaria. Sus paseos. Sus amigos. Su boina negra. Respeto. Y su nogal, en el rincón del jardín, viendo pasar generaciones. Un nogal sin nueces.
Íbamos ya por la cuarta, y sus biznietos traviesos trepaban por su tronco hasta instalarse en sus primeras y fuertes ramas. Unos con más soltura, otros con ayuda. Unos imitando a otros. Todos, instalados en el recuerdo.

Agata Piernas
1/10/2020