LA VIDA CON PERRO

Algunas personas no lo entenderán, estoy segura. Pero las que han tenido la misma vivencia, que afortunadamente son más cada vez, sin duda compartirán opiniones y estarán conmigo en que, después de haber compartido tu vida con un perro, nada es igual a lo vivido con anterioridad.

La intensidad de la experiencia, va en relación con el hecho de convivir con alguien más o no con quien compartir los afectos perrunos, pero en cualquier caso, es una experiencia incomparable. Baste como apuntes, y sin ánimo de ser exhaustiva lo que viene a continuación.

Independientemente de que te organice la vida con su reloj interno, marcándote sin saber muy bien por qué sus horas, hecho que por sí mismo ya es suficiente para estar agradecido a tu can, los intercambios de afecto son también una fuente de alegría siempre.

Cada pareja humano-can tiene en cuanto a cariños, sus propias normas. Mi perra acostumbra a despertarme. Se acerca suavemente a mi lado de la cama, más o menos cada día a la misma hora ( una hora prudente y nada intempestiva, que no tiene que ver con sus necesidades fisiológicas), se sienta y espera a que yo le haga alguna caricia sencilla, muestra de que estoy despierta, y se va a su sitio, donde espera a que yo inicie la jornada. Su paseo mañanero es una de las mejores experiencias del día. En él existe complicidad, intereses compartidos, y la necesidad de socializarse, cada uno con su especie. Una satisfacción, una experiencia de miradas cómplices y tiempo juntas. Una excusa para hacer amigos.

Aparte que te tiene observada al milímetro y sabe en cada momento lo que toca, y se desplaza contigo a cada dependencia de la casa para acompañarte, más o menos próxima, en tu tarea puntual ( hasta al cuarto de baño), no dejándote sola ni un solo momento, sabe cuando te agrada más su cercanía y cuando no. A mi, personalmente me agrada sobremanera el momento de la siesta. Encender la tele, recostarme en el chaise-lounge y la perra, que espera ese preciso momento para pedirme permiso para poder subirse al sofá a tumbarse conmigo al lado, sí, pedirme permiso: me mira fijamente, con las orejas levantadas y moviendo la cola, espera a que yo le diga o haga un gesto para que suba. Y no sé como pero se las ingenia para hacerse un ovillo junto a mí, para que intercambiando temperaturas, podamos conciliar mejor la siesta.

Si por alguna razón, tiene urgencia en salir a la calle, se pone mimosa en exceso y a fuerza de lametones consigue convencerme para que la saque, si no es su hora.

Sus besos tiernos y sentidos, no tienen comparación y me conmueven sobremanera. Es cariñosa, noble y leal. Y depende de mí. Es una responsabilidad que ejerzo de manera coherente, por mí y por el animal que tanto me aporta y me importa. Y es, en resumen, una experiencia que recomiendo, por que tiene mucho que ver con mi propio equilibrio existencial.

Ágata Piernas

22/1/2017

Comments

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.