Me gustaría decir que soy de beso rápido, que no fácil, pero no es así. En general, me gusta preparar el momento, crear el ambiente o desearlo realmente. Que sea el momento o que esté tan encarrilado que no quede otra opción y que de no producirse, todo pareciera un poco raro y confuso. Que haya complicidad, pues un beso, casi siempre, es cosa de dos.
Me refiero al beso humano, no al que doy a mi perro o él me da, o yo misma me doy en la mano suavemente para demostrarme el afecto que me tengo, cuando creo que lo necesito.
Y ese beso, ¡ ay !, si no hay confianza, cuanto me cuesta. Y observo a mi alrededor, en la calle y en la vida, y esto ya no es así. Con lo cual, me siento en franca desventaja. ¡Y mira que lo necesito!… con todo este confinamiento, que me tiene aislada lejos del la civilización y de la posibilidad de ese beso sincero.
Y el caso que hoy nos trae aquí, la historia de un beso. Ese beso confinado que es el más demandado, el más necesario y el más complicado de dar por riesgo a cometer una infracción de las normas COVID. Pues ese beso, que no es falta si eres conviviente, se convierte en infracción si quedas para que te lo den o darlo, amén del riesgo de que un conocido, amigo o noviete, pueda contagiarte algo que ni siquiera sepa que tiene. No digamos de un desconocido con el que contactaste por Redes Sociales. Uf, se me quitan las ganas, en serio.
Pero la situación, tan llena de misterio, se presta a imaginar, si ese radical posicionamiento es el tuyo. Y no sólo por seguridad propia, sino también ajena (si convives con padres octogenarios que están en edad de riesgo, que te han acogido y con los que no quisieras ser desagradecida, como es el caso).
E imaginas aquellos tiempos remotos del primer beso, o de los besos que quedaron pendientes, que son los que calan todavía hasta los huesos.Y se te dibuja una sonrisa en el rostro que te transporta a otro tiempo y otras circunstancias, que desde un teclado puedes manejar a tu antojo, para así recibir, no uno, sino mil besos tiernos y blandos, sutiles y cálidos. Besos que presagian más besos, y esos, otras caricias que te hacen sentir apetecible, deseada y colmada.
Imaginación, poderosa herramienta…
Mientras, por la calle, pasa una bicicleta con un casi imperceptible zumbido. Los pajarillos cantan en este día primaveral y, el sol empieza a acariciar la piel con su ligero calor, mientras la luz inunda cada vez más horas del día.
Y una piensa…¿estaré obrando bien?
Ágata Piernas
5/03/2021