Unas veces de manera intensa y profunda, y otras con carácter más sútil y liviano, la vida afectiva relatada en esta novela, hace que, con un mínimo de empatía hacia el personaje, Kirian, unas veces suframos y otras nos alegremos por él.
Personaje sensible, generoso, tímido y buen profesional en su campo, da vida, sin la exclusividad del género, a lo que muchos con cierta edad, hemos vivido a lo largo de nuestras ya mediadas existencias.
Es una reflexión, recreada en novela, sobre cómo el amor, vivido en toda su intensidad, puede encumbrar o derrumbar a un ser humano, sobre cómo sin verdadero amor estamos incompletos, y sobre como con amor, no hay obstáculo insalvable.
Analiza también, en clave creativa, otros aspectos de la vida que muchos, hasta hace bien poco, no se atrevían a mencionar en público dependiendo de en qué círculos se movieran. Aspectos como las casualidades y su interpretación, la reencarnación, el destino, la importancia de los sueños y su proyección de lo que nuestra mente tiene en el inconsciente.
Valora el amor en general en su justa medida, tanto en la pareja, como a los demás, la amistad verdadera y la lealtad. La generosidad y la entrega. Y lo hace con un ritmo trepidante, que hace que la lectura sea apasionante de principio a fin.
Introduce versos intercalados en la prosa, creando un ambiente sereno y emotivo. Maneja los conceptos de vida y muerte con naturalidad, como algo inherente al ser humano, que forma parte de su existencia.
Podemos decir que su autor, ha creado una historia con sabor agridulce, pero con final feliz, que nos alegra los momentos que dedicamos a su lectura, embocándonos a mirar la vida con esperanza, porque el color de la vida es el que ven lo ojos que la miran con amor.
Ágata Piernas
25/2/2018