Aunque la ruta inicialmente estaba programada por el Parque Natural de Pagoeta, la lluvia, que caía torrencialmente este día, hizo que resultase modificada. Lógicamente no íbamos a ascender todo el monte Pagoeta, con unos 600m de desnivel, con climatología adversa.
Por eso nuestra guía, conocedora de la zona y de nuestras preferencias, y haciendo gala de gran profesionalidad, modificó la ruta tomando la decisión sobre la marcha, y nos encaminó al Jardín Botánico de Iturriarán.
Allí, desde El Centro de Información, ubicado en un antigüo caserío del s.XVIII, reformado, nos explicó sobre una maqueta, cual iba a ser nuestro itinerario: iríamos por el Jardín Botánico de Iturriarán y luego seguiríamos por una senda en pleno bosque, hasta llegar a la antigüa ferrería de Agorregui, para dirigirnos luego a la zona conocida como Manterola, plagada de molinos interesantes, en una ruta circular, hasta llegar al punto de inicio.
El día estaba lluvioso, si, pero el techado de árboles, que a modo de cobertor recubría la senda, nos resguardó del agua que a pesar de nuestras precauciones, chubasqueros y capas de agua, caía incesante.
Ello no nos impidió ver a nuestro paso, la gran variedad de especies que conforman el Jardín Botánico, todas ellas adaptadas a la humedad de la zona, que señalizadas con género y especie en algunas zonas, nos dieron idea de la riqueza natural y botánica que el Jardín escondía. El bosque, que cuesta abajo y con el calzado adecuado, sorteamos, incluía especies autóctonas como robles, hayas, abedules, encinas, alisios, acebos, castaños, arces, etc.
Una vez finalizado el bosque, nos dirigimos por un pequeño sendero asfaltado, por al que también transitaban jinetes a caballo y algún que otro perro, de gran tamaño por cierto, que les acompañaba, hasta la ferrería de Agorregui, patrimonio preindustrial de la zona, en el que se elaboraban de manera natural y artesanal, una especie de lingotes de hierro, antes de que lo hiciesen los Altos Hornos, que debido a la competencia que generaron y el coste material y económico menor que supusieron, significaron el fin de la ferrería de Agorregui.
Fue construída a mediados de s.XVIII, en las ruinas de una ferrería anterior, por el señor del Palacio de Lauraín, y su excelente ubicación, rodeada de bosques de hayas y robles, cuya madera sirvió de materia prima para obtener carbón vegetal que al ser quemado, separaba el hierro de la escoria de las piedras que contenían el mineral de hierro. El carbón vegetal, una vez encendido y aventado por los enormes fuelles, conseguía fundir el mineral, que posteriormente era moldeado por el martillo pilón, suministrando en piezas, hierro a toda la comarca. Los fuelles y el martillo, se movían por la fuerza del agua, que tras recorrer unos dos kilómetros de canales, se guardaba en unos depósitos construídos ad hoc.
También encontramos, diseminados a lo largo del trayecto, varios molinos de grano, que ayudaban en la economía doméstica de aquella época. Maravillosa lección de historia, natural e industrial, la que recibimos en esta visita.
Tras almorzar, en un cobertizo del Jardín Botánico, reanudamos la marcha, para dirigirnos a AIA a tomar café. Es el pueblo en cuyo municipio se encuentra el Monte de Pagoeta, aunque mantiene cierta rivalidad con Orio por su pertenencia a uno u otro. En él es de destacar, además de monumentos históricos más o menos relevantes, el frontón moderno, en el que nos encontramos jugando a dos equipos, un partido de pelota vasca.
Tras el reposo, otra vez a los coches para visitar la cercana Zarauz, villa costera, asentada a lo largo de su enorme playa, que debido a la lluvia y a la ausencia de bañistas nos aterevimos a visitar con nuestro perrete, aunque por breve espacio de tiempo, dada la prohibición general, salvo ciertos horarios nocturnos.
Recorrimos a pie el paseo marítimo, para asentarnos con nuestros amigos de cuatro patas en la terraza cubierta de un conocido restaurante, perteneciente a un mediático cocinero, para degustar, a pesar de la climatología cambiante, unos exquisitos y cremosos helados, que hicieron las delicias de nuestros golosos paladares y que luego repetiríamos, cambiando de sabores, en la cena, que una vez reunido el grupo, tuvo lugar en la misma ubicación.
Antes de la cena, algunos se acercaron a Guetaria. La que escribe se lo reservó para el día siguiente, pues quería visitar allí el museo de moda, probablemente el más relevante a nivel nacional, para lo cual necesitaba algún tiempo y cuya visita se relatará en crónica aparte.
Con cariño,
Ágata Piernas
29/07/2017