Boda en Nueva York

De por qué nos gusta escribir, no hay duda a estas alturas. De por qué nos gusta New York, no lo sabiámos hasta estas Navidades. Quizás por ser un anhelo insatisfecho, un viaje que se nos había escapado en varias ocasiones, la ciudad por antonomasia, cosmopolita e insomne, quién sabe.

El hecho de nuestra naturaleza urbanita, lo tenemos asumido. Qué en algún momento de nuestra vida teníamos que visitar esa ciudad en consecuencia,estaba claro. Y esa circunstancia ha acontecido en la Navidad de 2018.

Si hubiera que haber dado una excusa para evitar las tradicionales navidades familiares, no podía haber sido mejor que un viaje a esta ciudad terriblemente anhelada, para acudir a la boda de un buen amigo. No hizo falta la excusa. La boda iba a tener lugar si o si,y el grado de compromiso y el protocolo, nos hacía acudir obligatoriamente. Benditas obligaciones las que nos hacen viajar últimamente.

Que vimos la ciudad y algunas de las cosas que contenía y que le son características con mirada de niña, fue lo que aconteció.

La ilusión reprimida durante años, en vez de provocar voracidad para ver todo lo posible en el tiempo que durase la estancia y amortizar así el viaje, que también, lo que suscitó fue ver lo accesible con mirada curiosa y al mismo tiempo incrédula, por temor a constatar que aquello que veíamos era sólo un producto de nuestra imaginación, que nada tenía que ver con la realidad, como en un cuento.

Pero de cuento nada. La suela de nuestras botas da cumplida fe de las avenidas y calles recorridas, y nuestra retina recuerda a la perfección cada sorprendente detalle que consiguió captar nuestra atención: desde una ardilla o una dedicatoria en un banco en Central Park, al mobiliario urbano de la zona cero, que con su colorido intenso y vibrante, ha venido a llenar de good vibes una zona maldita, por el vacío y horror que representa, pero regenerada.

Lo demás, nada diferente a lo ya visto en múltiples películas que adoptan la ciudad o sus emblemas como escenario. No obstante, impresiona poder respirarlo y tocarlo. Mezclarse entre la gente, o multitud, y empaparse de todo lo que se podía escuchar acerca de cada barrio o edificio, todo ello tan diferente a lo que nos tiene acostumbrados la vieja Europa.

Fue una primera toma de contacto. Lo que ocurra en un futuro está por determinar. Pero que tenemos ganas de volver, desde ya, es una evidencia constatable. Esa ciudad tiene mucho que ofrecer y estamos dispuestas a recibirlo.

Ágata Piernas

15/1/19

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