La lucha de poder que estamos viviendo en estos días, por parte de un Gobierno cuyo afán viene a ser imponerse e imponer su criterio por el medio que sea, está poniendo muy nerviosa a la ciudadanía, además de poner en entredicho y con ello debilitar, unas instituciones jóvenes, pero hasta ahora muy sólidas y eficaces en el cumplimiento de su función, constitucionalmente prevista y legislada.
Pone, a mi modo de ver, de manifiesto, la propia debilidad de un Gobierno, cuya defensa-ataque, ante sus ya innumerables errores, es “el yo más” porque para eso soy más alto, más guapo y además me han votado. Haciendo con ello de manera deliberada un cuestionamiento de todo aquello de lo que los españoles nos hemos sentido, y sentimos, tan orgullosos.
Nuestro Estado de Derecho, con sus separación de poderes, ejemplo a seguir por muchos estados emergentes o que simplemente cambiaban de régimen político, de gran eficacia y valor intrínseco durante años. Puesto en entredicho con un legislar por Decreto, y politizando la labor de Jueces, Magistrados y Fiscales.
Nuestras instituciones, que han brillado con luz propia hasta que han empezado a intentar emponzoñarlas desde el propio Gobierno, Presidente, Vicepresidente, Socios y sus respectivos partidos. Instituciones, que han demostrado su eficacia y justificado por sí mismas su existencia.
Obedeciendo todo a una estrategia urdida para llevar a cabo sus propias ideas políticas, más que a gobernar, eficazmente y para todos, están intentando aniquilar el Estado español, tal como lo conocíamos antes de la pandemia.
Por mi parte, no quiero creerme lo que leo, sobre que nos estamos convirtiendo en un país absolutista, pero mucho me temo, que si todo sigue in crescendo, no me va a quedar más remedio que morderme la lengua y rendirme a la realidad.
Quieren Madrid, quieren un Estado Republicano, piden perdón a terroristas y pactan con separatistas, a los que indultarán en breve por ser delincuentes políticos. Quieren tener su propia Ley de Presupuestos obviando a los partidos mayoritarios del Congreso.
Por cierto, la pandemia está en el transfondo. Pero habiendo echado balones fuera después de la primera ola, parece que ahora sólo interesa delegar a presidentes autonómicos y autoridades sanitarias la gestión de la segunda ola, para tener las manos libres y poder seguir, así, ganando terreno para el pedrosanchismo. Eso sí, reservándose el derecho de criticar y destruir las decisiones ajenas. Lo valoran como construir una nueva normalidad.
No se quiere una nueva normalidad creada por el Gobierno, se quiere una realidad adaptada a los tiempos que vivimos, que nos aporte, desde el Gobierno y las Instituciones, seguridad y tranquilidad a través de garantías que sólo ellos pueden prestar, dentro de la incertidumbre que este cambio, como todos, lleva intrínseco.
Lo que de vuelta, a cambio de nuestros votos ( la de la generalidad de los ciudadanos, motivo por el cual están en el poder, que hay que recordarlo) es intranquilidad y zozobra ante un mundo, el conocido, que parece que se derrumba a cada nueva noticia protagonizada por los políticos en el poder.
Yo soy española, y no quiero despertarme cada día sobresaltada, pensando en cual será la siguiente maniobra para desacreditar al país y sus instituciones, porque veo que no conduce a nada positivo que nos haga crecer como país, sino fragmentarnos y debilitarnos cada día más. Unidad de la base y fuerza creada por la unión de todos. No nos dejemos manipular una vez mas.
Agata Piernas
27/09/2020
Su pelo.-
Al inicio de su edad madura, todavía se miraba al espejo y se veía atractiva. Más atractiva incluso que a sus dieciocho años. Claro que en aquel momento la idea que tenía de si misma y de sus dones naturales era muy inconsciente y descuidada. Nada que ver con sus cincuenta y pico, donde la vida y su bagaje le habían dado ya muchas más pistas.
Si hubiera que confesar algo, confesaría que, a través de sus ojos, jamás se había visto como una mujer guapa, ni siquiera atractiva sino, más bien, una más del montón. Hoy no le quedaba otro remedio que ante si misma, y basándose en la imagen que le devolvía el espejo, entresacar las cualidades que objetivamente veía y valorarlas, para sí, y para hacerlas valer ante quién fuese.
Y su imagen captaba su atención al ser reflejada por el espejo, más que por sus encantos, ya conocidos, por el nuevo cambio que en su pelo, había empezado a tomar posiciones.
Siempre había tenido un buen pelo, objeto de admiración para algunas, y de comentarios para los ya innumerables peluqueros que aquí o allá, le habían peinado, cortado o teñido.
Las modas habían tenido que ver, pero también ( y sobre todo), la idea de no dañar más su cabello con amoniacos agresivos, secadores y planchas cada semana y también facturas elevadas, que ahora ya había decidido que no deseaba asumir.
Ir a la peluquería no le gustaba, le incomodaba profundamente estar sentada durante un largo rato, esperado que los productos hicieran efecto, y luego que la peluquera o peluquero, hicieran su trabajo. Incluso, aunque a la salida del local se viera más arreglada y guapa, no le compensaba. La sensación de agobio e inquietud, lo superaba.
Y fue aquel verano después del día de su santo-cumpleaños, cuando decidió no ir más a la peluquería a teñirse el pelo. Ya llevaba casi dos meses sin ir, y la verdad es que las raíces hacían acto de presencia, mostrando en su plenitud, y con pocas cortapisas y disimulos, sus cabellos blancos y canosos, que con el peinado adecuado, hacían, por novedosa y atrevida, atractiva su imagen ante el espejo. Esa era su novedad.
Al principio, fueron semanas de intensa vergüenza al mostrarse en público. El uso de pañuelos o cintas de pelo era habitual en ella. Prácticamente eludió el contacto social, por evitar mostrarse en público de aquella manera, que sería interpretada, sin duda, como falta de cuidado personal, por el contraste tan fuerte que suponía su color natural de pelo canoso actual y su pelo moreno, tal como había sido siempre, disimulando la evolución hacia blanco de su pelo a lo largo de los años.
Aguantaba, a pesar de que su carácter presumido, y ello le hacía tambalear los cimientos de su decisión. Ayer, sin ir más lejos, estuvo a punto de comprar tinte para arreglar esas canas. Una respuesta airada de su madre, a su solicitud de ayuda, le hicieron reafirmarse en su decisión. Y no se arrepintió. El resto del día se vió mona ante el espejo, a pesar que su peinado hacía muy evidentes sus raíces de casi tres centimétros.
Ya dudaba, si cortarse el pelo corto, corto, para que ya creciese según su nuevo color, o dejar crecer las raíces hasta poder hacer un corte de pelo algo más elaborado. Lo que le asustaba, el gran contraste que había entre los restos de su antiguo color artificial y el nuevo crecimiento canoso del cabello, y la sensación de falta de cuidado, que no de higiene, de su imagen, ya no sólo en familia, sino también socialmente.
Pero la decisión estaba tomada y había decidido ser consecuente. Le quedaba por delante un otoño-invierno casi de confinamiento, en el campo, donde usar gorros y boinas era, aparte de necesario y común, un buen motivo para ocultar su creciente cabellera blanca, evitando comentarios que no siempre le apetecía responder.
Estaba deseando que la primavera llegase y con ella un corte de pelo donde sanear su melena para así, completar el cambio.
Ágata Piernas
16/09/2020
EL OLOR A ASTILLAS.-
Fue ayer tarde y sin esperarlo.
Se trataba de conseguir encender el fuego de la chimenea al atardecer, y tras el intento de recoger algunas ramas secas en el monte o en el rio sin éxito, al rebuscar en la leñera de la casa, aparecieron tablas con las que hacer astillas.
Renuncié a la posibilidad de hacerlo por mi misma, ya que había que usar un hacha y no soy hábil con ese instrumento. Pero a la tarde, con un hombre ya en casa, la situación cambió.
Sacó el hacha, puso un tocho de madera en el suelo, y con dedicación y paciencia, empezó a rajar las tablillas de arriba a bajo, introduciendo el hacha por la parte de arriba y golpeando contra el suelo para que se rajara hasta abajo. Luego con un golpe seco del pie, las astillas alargadas se conseguían acortar, para así, adaptarlas al hueco de la chimenea y hacer brasa que consiguiese encender troncos más gruesos.
El ruido, ese golpear de las tablas sobre el suelo. El chasquido de las tablas de madera seca al rajarse y quebrarse. Me despertó los sentidos y la memoria.
Un buen montón de astillas secas se hicieron en un momento. Y al recogerlas y colocarlas en un lugar accesible y resguardado, fuera de lluvias y humedades, sucedió.
Fue el olor. El olor de aquellas astillas recién hechas, que no era sólo a leña, a madera seca, sino a ese olor entre dulzón y áspero, lo que me invadió y trajo a la memoria de adulta a mi abuelo paterno, el único que conocí. El abuelo Pedro, en cuya compañía, de niña, pasaba en atardeceres tardoveraniegos largos ratos, mirándole hacer astillas en el patio de su casa. Y aquel olor, exactamente el mismo, inundaba mi memoria, para traerme a la cabeza su presencia, que hacía algunos días no recordaba.
Ágata Piernas
11/09/2020