Si a nuestra edad, a alguno de nosotros nos quedaran sensaciones nuevas por experimentar (al menos si, en mi caso), el Festival de la Lavanda de Brihuega, es muy recomendable.
Relativamente nuevo, creo no equivocarme al mencionar que tiene unos diez años de antigüedad, supone un mestizaje de lujo perceptible por los cinco sentidos.
A modo de reflexión diré, que la mente que urdió este entramado perfecto y exclusivo, se puede sentir satisfecha de sus resultados, como muestra este pequeño reportaje de reconocimiento a su labor, de compartir con el público que tenga a bien asistir, y de marketing y promoción de esta comarca, curiosa, de la Castilla profunda.
Por lo que sé, no hace muchos años, alguien, a modo similar a la de los antigüos descubridores de América, trajo semillas de lavanda procedentes de Provenza, y decidió plantarlas, en una tierra propicia, que por su composición y características era fértil para conseguir las mejores plantas de lavanda, de las que, hoy en día ya de modo industrializado, se obtienen las mejores esencias que las narices más perspicaces se rifan. Y no sólo eso, sino que esa misma esencia, da pie también, a un conglomerado de pequeñas industrias que utilizan la flor y la esencia para múltiples fines.
Dicho esto, expongamos la parte sensorial del Festival, según nuestra propia percepción.
Dejando debidamente satisfecha nuestra no pequeña capacidad de percibir, y nuestra curiosidad por conocer, diremos que creemos que cada detalle, tuvo su razón de ser.
Desde la convocatoria a los asistentes al atardecer, para que la llegada fuese escalonada, la capacidad de acoger a la pequeña marea humana que se congregaba, la disposición de las sillas, de forma especial y peculiar, su aspecto externo, la división entre los que más pagan y el pueblo llano, el simpático, peculiar y casi ibicenco protocolo que se establece y que convierte el público en un mosaico, formas y sombreros de color blanco en comunión con el verde y morado de las plantas, hacen que el escenario, tanto para los artistas, como para el público, obnubile la vista.
De background, o lo que el público ve, campos de lavanda que se tornan grises al atardecer y los artistas, hormiguitas blancas con Pamela y sombreros de paja amarilla ellas o sombreros tipo Panama para ellos.
Y lo que viene después, no dejar de ser menos impactante para los sentidos. Si el previo a los conciertos, tomado posiciones, cada uno en su sitio dejaba en el horizonte descender el sol sobre los campos de lavanda cambiando su tonalidad, y acariciando los cuerpos con el suave calor del atardecer del mes de Julio, el hecho de que los artistas apareciesen, casi justo en el momento de la puesta de sol y la música empezase a sonar en ese momento, hicieron que el evento del primer día mereciese la expectación que había provocado. Ello produjo no sólo conseguir la atención completa de todos los asistentes, sino que nos impregnásemos del mensaje multicolor, auditivo y olfativo del teatro al aire libre en el que nos encontrábamos.
Pitingo, en primer lugar, y al que llevábamos la semana previa escuchando porque no conocíamos muy bien su trabajo, fue introducido por su coro de voces gospel, para que canción tras canción y anécdota tras anécdota sobre su vida, personal y profesional, hiciese que el público, amén de tararear sus canciones más conocidas, se entregase a su arte mestizo muy al gusto de las más altas instancias internacionales ( según ha llegado a nuestros oídos, el mismísimo matrimonio Obama, desean escucharle en cada visita a España habiendo incluso tocado en privado para ellos, allá en La Casa Blanca) y por supuesto de las nuestras, más a rás de tierra y multitudinarias.
También el artista y su troupe, cumplieron el protocolo en cuanto a vestimenta se refiere, dedicando piropos y comentarios jocosos sobre el aspecto limpísimo del público que le escuchábamos con todos nuestros sentidos en estado de atención máxima y goce supremo. Aquel a Puro Dolor, nos partió el alma y nos trasladó a escenarios imaginados de otros tiempos, lugares y vivencias.
Tras la cena coctel, preparada por el Chef Dani Garcia, estrella Michelin donde los haya, y servida por un ejercicio de uniformados rápidos y ávidos camareros en la búsqueda del apetito de los comensales, vuelta a Sigüenza para pernoctar, en un trayecto cómodo y nocturno que también tuvo su encanto por las sinuosas y rojizas tierras llenas de encinas y olivos, que en el anochecer proyectaban sus sombras fantasmales al paso de nuestro coche que les enfocaba con su potente haz de luz.
Tras el merecido descanso y conocer la imponente Villa de Sigüenza, Ciudad del Dóncel, que nos sorprendió muy agradablemente, vuelta a los campos para gozar del espectáculo que esta vez nos ofrecieron nuestros queridos y admirados amigos y paisanos los Café Quijano, mundialmente conocidos por su canción La Lola, a cuya fuente de inspiración francamente desconocemos a pesar de haber investigado por los rincones más insospechados de nuestra común ciudad de León.
Con boleros, a cual más ocurrente y actual, nos deleitaron con su ritmo latino y peculiar y su desparpajo característico, encabezado por su vocalista Manuel, quien sin duda nos amenizó una velada que acabó con una sonrisa satisfecha.
No podía estar completo el fin de semana, si no hubiera habido un relajante desayuno de domingo en un cafe boutique convenientemente aderezado con motivos violetas, para crear un ambiente adecuado al fin de semana de lujo que nos hizo pasar el evento al que encantadas acudimos, para solazarnos y dar la bienvenida al verano madrileño, tan sofocante, que entre campos de lavanda se nos hizo más llevadero.
Ágata Piernas
Madrid, 23/8/18